Conversaciones sobre el perdón.

 

("El perdón" de Eva Jesús Cruz Pacheco, tomada de https://ar.pinterest.com/pin/409264684871182442/)

Conversaciones sobre el perdón.

Ensayo no filosófico ni teológico de un asunto teológico y filosófico.

 

Vivo en un mar de contradicciones. Yo soy una gran contradicción. Mi problema es que no puedo vivir de un lado del cerco que separa lo que necesariamente debe ser de aquel lado donde la contingencia es constante. La normalidad suele desesperarme pero la incertidumbre me abruma. Quiero saberlo y a la vez ignorarlo. Esto se debe a que no encuentro conformar el hambre de mi espíritu con ninguna categoría de pensamiento.

 

Y no es que mi espíritu este elevado por encima de los demás espíritus, seguramente este subsistiendo en las antípodas de ese cielo de los grandes pneumas. Es solo que hay una inquietud finita en mí sobre la infinitud. Desde pequeño miraba hacia arriba e intentaba ver más allá del cielo y las nubes, busque a Dios mucho tiempo hasta que llegue a la adolescencia, ahí le perdí el rastro, más adelante el me encontró a mí.

 

Estoy seguro de que pensaran que el hecho que mencione a Dios, la finitud y la infinitud ya presuponen una categoría de pensamiento, y si, esto no es un debate, no estoy tratando de probar nada, solo escribiendo. No puedo deslindarme de mi propio ser y abstraerme al punto de estar por encima del Ser de todo, y alcanzar la cúspide de la verdad, siendo verdad en mí mismo, ósea siendo Dios. Estoy naufragando sobre estas categorías, me tomo de ellas como un náufrago va tomando tablas de la embarcación rota para no ahogarse.

 

Y sobre una de las tablas que náufrago ahora es sobre una que tiene inscrita una palabra que me asusta. Este vocablo es Perdón. Me asusta porque automáticamente que mi inteligencia comprendió lo que leía se me vinieron muchas imágenes de momentos y personas que estaban relacionadas con esta palabra. No que la palabra por si sola me remitiera a esos lugares específicos de mi memoria, sino que el concepto que poseo de ese término me traslado a esos lugares.

Es que así funciona nuestra inteligencia, en un destello capta una cosa y la multiplicidad de imágenes que vienen a la cabeza son el producto de nuestros conceptos sobre determinados asuntos. Un ejemplo de esto podría tomarse de la escritura, cuando Zaqueo conoce a su Mesías, su mensaje lo hizo meditar sobre su codicia y  mal proceder como cobrador de impuestos. La respuesta fue dar parte de su riqueza mal habida a los pobres y restituir multiplicando por cuatro a aquel que haya agraviado económicamente. Pero, ¿por qué esta reacción casi impulsiva de Zaqueo es la forma de mostrar su arrepentimiento? Esto se debe a que él tenía una idea preconcebida de lo que significaba el arrepentimiento, en este caso tenía que ver con acto casi penitencial donde debía  demostrar que realmente estaba entristecido por sus acciones y que, el cambio de vida, cambio de las tinieblas a la luz; era radical.

 

En ese sentido entonces es que el perdón me traslada de situaciones muy complejas a asuntos domésticos y cotidianos. Es que el perdón se manifiesta en todos esos niveles, pero no siempre significa lo mismo perdonar. Cada caso debe ser revisado detenidamente, y no seguir el impulso de nuestra opinión vomitiva, que se apresura a emitir juicios a priori sobre cosas que en sentido objetivo desconocemos plenamente (la OPINOLOGÍA será un tema a tratar en otro escrito). Pero dije algo que creo que merece tomarse como punto de partida, y esto es que el perdón me asusta.

Pensemos por un instante en la situación más dolorosa que hayamos vivido. Una situación donde haya un tercero que propicio el momento de mayor vergüenza o tristeza en nuestra vida. Tratemos de recoger todos los sentimientos que vienen a nuestra mente al rememorar esa situación. Entre todos esos sentimientos podemos identificar: tristeza, abandono, ira, odio, rencor, venganza, desesperación, etc. Algunos de esos sentimientos están relacionados con nosotros y otros con aquel o aquellos que fueron el motivo de esta situación.

 

Pero estos sentimientos brotan de nosotros de manera espontánea, no tuvimos que tomarnos un tiempo para disponer de ellos y ordenarlos a fin de formar un conjunto de emociones negativas. Esto lo sabemos porque no conocemos nadie que al ser víctima de una situación horrible, donde nuestra dignidad sea avasallada, espontáneamente nazca una actitud de perdonar la ofensa. Todos sentimos vergüenza e ira, odio y violencia, tristeza y deseos de venganza. Es cierto que hay medidas para estos afectos, y son en relación con el agravio. No es lo mismo una discusión con mi esposa que haber sido abusado sexualmente. En la primer instancia es probable que el amor que siento por ella propicie una actitud conciliadora debido a la reciprocidad afectiva, pero en la segunda, donde se rompe con todo orden moral y se ultraja a un ser humano en su virtud más íntima, despojándolo de aquello que lo hace ser humano, de la imagen de Dios en él, no podemos responder con menos que el deseo de la muerte de aquel o aquellos que fueron victimarios.

Cuando digo que en un abuso sexual se despoja a una persona de aquello que lo define como ser humano, esto es la imago Dei, me refiero a la mayor evidencia que existe desde un naturalismo filosófico de la existencia de Dios, esto es el hombre y su libertad de elegir. En un abuso sexual o de otra índole se arrebata esta dignidad inherente del hombre y la mujer.

Pero siguiendo la línea de pensamiento respecto a nuestra reacción psico-emotiva ante semejante ultraje, es necesario reflexionar sobre lo siguiente, ¿Hasta dónde es posible perdonar una cosa semejante?, ni pensar de los padres de esta persona ultrajada, ¿y si es menor de edad? ¿Hay posibilidad humanamente hablando de perdonar semejante aberración?  Aquí sí podría responder con una certeza galopante. Por su puesto que no, no podemos alcanzar la demandas del perdón en un sentido profundamente cristiano en estos casos.

Si perdonáramos como nos demanda el cristianismo deberíamos hacerlo motivados por la caridad y la compasión hacia el otro, desde un entendimiento antropológico cristiano, que mira a la humanidad como sumergida en una oscuridad pecaminosa sin remedio más que la cruz. En este sentido la victima debe pensar en proporción a su propio perdón obtenido gratuitamente por la fe en la persona de Jesucristo. Si Cristo Jesús perdono tus ofensas y pecados, tú debes hacer lo mismo con tus ofensores. De hecho de eso trata la parábola que se encuentra en San Mateo 18: 21-35 (Versión NVI):

 

Parábola del siervo despiadado

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:

—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?

 —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús—.

»Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo”.  El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad.

»Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió.  Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré”. Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y, enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía.

 »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano».


En este sentido, el cristiano debe considerar que desde el momento que recibe el perdón de Jesucristo debe caminar sobre este fundamento el resto de su vida. Ahora es claro que estas demandas del Evangelio presuponen un desarrollo de estas virtudes en relación intrínseca con la asistencia espiritual de Dios, hay una acción sobrenatural sobre la vida de la persona que la acompañara en su proceso de sanación personal y la búsqueda del perdón en términos puramente cristianos.

Pero por eso mi aclaración sobre que humanamente el hombre no puede pensar el perdón siguiendo este sentido espiritual y religioso, el perdón al que el hombre puede acceder es aquel que nace de la necesidad de dejar atrás el dolor para proseguir con la vida. No es un perdón que esté basado en el principio de correlatividad que entiendo que tengo de mi naturaleza caída ni de la doctrina cristiana del pecado, donde todo hombre y toda mujer es reo de sus pasiones y malos deseos. No, humanamente no puedo desembarazarme de mi propia experiencia con el mal que me han causado y explicarlo desde una perspectiva cristiana como si este fuera el remedio para mi dolor. Lo mejor que podré hacer es tomar la decisión de dejar atrás ese evento desgraciado para que no me condicione más ni configure mi realidad a modo de no permitirme ser quien verdaderamente soy y no en condición de lo que quisieron lograr que fuera. ¡Soy imagen de Dios! Soy libre para determinar el camino que deseo para mi vida, por eso soy libre para desterrar de mí el angustiante sufrimiento que me causaron.

Pero repito, esta determinación valerosa y necesaria no significa que pueda perdonar como Dios perdona. Este perdón es un convenio entre mi yo-presente y el yo-que-quiero-ser-. Prescindo de mi victimario no en pos de olvidar lo que me hizo y dejarlo libre de culpa, sino en pos de sanarme y seguir adelante. Este perdón mira para adentro, busca liberarse así mismo de su propia prisión, no proviene de una experiencia sobrenatural con un Dios perdonador que quita mi culpa y ahora me demanda que tenga la misma disposición con el otro.

En torno al perdón entonces, puedo identificar que tiene que significar al menos dos cosas distintas pero no excluyentes. En caso del perdón cristiano también hay un proceso de sanación emocional, psicológica y espiritual, pero no se da en el orden del perdón como una decisión propia para seguir el curso de mi vida, sino que es una gracia que Dios da para que los creyentes puedan ser aliviados del dolor y alcanzar la bienaventuranza prometida por el Evangelio. En el segundo caso, el del perdón como una decisión propia en torno a la liberación de todo lo que oprime mi propio ser y me retiene para alcanzar la felicidad en el mayor grado que sea posible, la demanda de justicia por el mal que me causaron queda inconclusa. Perdono prescindiendo de la justicia, por eso perdono porque yo me quiero liberar, pero el victimario sigue siendo culpable y merecedor del juicio correspondiente. No lo libero, puesto que el derecho moral natural demanda justicia, y eso nadie lo puede negar.

Quiero aclarar que no es un juicio de valores. Que una persona que ha sido víctima de cualquier situación como la que abordamos a modo de ejemplo o de cualquier otra y que haya sido lo suficientemente dolorosa para marcar nuestras vidas, llevarnos a un lugar de oscuridad y tristeza; y haya podido perdonar en los términos que hemos tratado de analizar es para mí una persona admirable.

En síntesis, creo que el tema del perdón es tan complejo que me siento ahora mismo insignificante tratando de esbozar una líneas de pensamiento que nos acerquen a entender y relacionarnos con esta virtud que haya su máxima expresión en Dios mismo. Seguiré abordando este tema en otras entradas.

 

Reverendo Gabriel Eduardo Burgueño.

(Pastor protestante de la Misión Cristiana Esmirna. Estudiante universitario de Teología)

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