Conversaciones sobre el perdón.
Conversaciones sobre el perdón.
Ensayo no filosófico ni teológico de un asunto teológico y filosófico.
Vivo en un mar de
contradicciones. Yo soy una gran contradicción. Mi problema es que no puedo
vivir de un lado del cerco que separa lo que necesariamente debe ser de aquel
lado donde la contingencia es constante. La normalidad suele desesperarme pero
la incertidumbre me abruma. Quiero saberlo y a la vez ignorarlo. Esto se debe a
que no encuentro conformar el hambre de mi espíritu con ninguna categoría de
pensamiento.
Y no es que mi espíritu este
elevado por encima de los demás espíritus, seguramente este subsistiendo en las
antípodas de ese cielo de los grandes pneumas.
Es solo que hay una inquietud finita en mí sobre la infinitud. Desde pequeño
miraba hacia arriba e intentaba ver más allá del cielo y las nubes, busque a
Dios mucho tiempo hasta que llegue a la adolescencia, ahí le perdí el rastro, más
adelante el me encontró a mí.
Estoy seguro de que pensaran
que el hecho que mencione a Dios, la finitud y la infinitud ya presuponen una categoría
de pensamiento, y si, esto no es un debate, no estoy tratando de probar nada,
solo escribiendo. No puedo deslindarme de mi propio ser y abstraerme al punto de
estar por encima del Ser de todo, y alcanzar la cúspide de la verdad, siendo
verdad en mí mismo, ósea siendo Dios. Estoy naufragando sobre estas categorías,
me tomo de ellas como un náufrago va tomando tablas de la embarcación rota para
no ahogarse.
Y sobre una de las tablas
que náufrago ahora es sobre una que tiene inscrita una palabra que me asusta. Este
vocablo es Perdón. Me asusta porque automáticamente
que mi inteligencia comprendió lo que leía se me vinieron muchas imágenes de
momentos y personas que estaban relacionadas con esta palabra. No que la
palabra por si sola me remitiera a esos lugares específicos de mi memoria, sino
que el concepto que poseo de ese término me traslado a esos lugares.
Es que así funciona nuestra
inteligencia, en un destello capta una cosa y la multiplicidad de imágenes que
vienen a la cabeza son el producto de nuestros conceptos sobre determinados
asuntos. Un ejemplo de esto podría tomarse de la escritura, cuando Zaqueo
conoce a su Mesías, su mensaje lo hizo meditar sobre su codicia y mal proceder como cobrador de impuestos. La
respuesta fue dar parte de su riqueza mal habida a los pobres y restituir
multiplicando por cuatro a aquel que haya agraviado económicamente. Pero, ¿por
qué esta reacción casi impulsiva de Zaqueo es la forma de mostrar su
arrepentimiento? Esto se debe a que él tenía una idea preconcebida de lo que significaba
el arrepentimiento, en este caso tenía que ver con acto casi penitencial donde debía
demostrar que realmente estaba entristecido
por sus acciones y que, el cambio de vida, cambio de las tinieblas a la luz;
era radical.
En ese sentido entonces es
que el perdón me traslada de situaciones muy complejas a asuntos domésticos y
cotidianos. Es que el perdón se manifiesta en todos esos niveles, pero no
siempre significa lo mismo perdonar. Cada caso debe ser revisado detenidamente,
y no seguir el impulso de nuestra opinión vomitiva, que se apresura a emitir
juicios a priori sobre cosas que en sentido objetivo desconocemos plenamente (la
OPINOLOGÍA será un tema a tratar en otro
escrito). Pero dije algo que creo que merece tomarse como punto de partida, y
esto es que el perdón me asusta.
Pensemos por un instante en
la situación más dolorosa que hayamos vivido. Una situación donde haya un
tercero que propicio el momento de mayor vergüenza o tristeza en nuestra vida. Tratemos
de recoger todos los sentimientos que vienen a nuestra mente al rememorar esa situación.
Entre todos esos sentimientos podemos identificar: tristeza, abandono, ira,
odio, rencor, venganza, desesperación, etc. Algunos de esos sentimientos están relacionados
con nosotros y otros con aquel o aquellos que fueron el motivo de esta situación.
Pero estos sentimientos
brotan de nosotros de manera espontánea, no tuvimos que tomarnos un tiempo para
disponer de ellos y ordenarlos a fin de formar un conjunto de emociones
negativas. Esto lo sabemos porque no conocemos nadie que al ser víctima de una situación
horrible, donde nuestra dignidad sea avasallada, espontáneamente nazca una
actitud de perdonar la ofensa. Todos sentimos vergüenza e ira, odio y violencia,
tristeza y deseos de venganza. Es cierto que hay medidas para estos afectos, y
son en relación con el agravio. No es lo mismo una discusión con mi esposa que
haber sido abusado sexualmente. En la primer instancia es probable que el amor
que siento por ella propicie una actitud conciliadora debido a la reciprocidad
afectiva, pero en la segunda, donde se rompe con todo orden moral y se ultraja
a un ser humano en su virtud más íntima, despojándolo de aquello que lo hace
ser humano, de la imagen de Dios en él, no podemos responder con menos que el
deseo de la muerte de aquel o aquellos que fueron victimarios.
Cuando digo que en un abuso
sexual se despoja a una persona de aquello que lo define como ser humano, esto
es la imago Dei, me refiero a la
mayor evidencia que existe desde un naturalismo filosófico de la existencia de
Dios, esto es el hombre y su libertad de elegir. En un abuso sexual o de otra índole
se arrebata esta dignidad inherente del hombre y la mujer.
Pero siguiendo la línea de
pensamiento respecto a nuestra reacción psico-emotiva ante semejante ultraje,
es necesario reflexionar sobre lo siguiente, ¿Hasta dónde es posible perdonar una cosa semejante?, ni pensar
de los padres de esta persona ultrajada, ¿y si es menor de edad? ¿Hay
posibilidad humanamente hablando de perdonar semejante aberración? Aquí sí podría responder con una certeza
galopante. Por su puesto que no, no podemos alcanzar la demandas del perdón en
un sentido profundamente cristiano en estos casos.
Si perdonáramos como nos
demanda el cristianismo deberíamos hacerlo motivados por la caridad y la compasión
hacia el otro, desde un entendimiento antropológico cristiano, que mira a la
humanidad como sumergida en una oscuridad pecaminosa sin remedio más que la cruz.
En este sentido la victima debe pensar en proporción a su propio perdón
obtenido gratuitamente por la fe en la persona de Jesucristo. Si Cristo Jesús
perdono tus ofensas y pecados, tú debes hacer lo mismo con tus ofensores. De
hecho de eso trata la parábola que se encuentra en San Mateo 18: 21-35 (Versión
NVI):
Parábola
del siervo despiadado
Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi
hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
—No te digo que hasta siete veces, sino hasta
setenta y siete veces —le contestó Jesús—.
»Por eso el reino de los cielos se parece a un
rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le
presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como
él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y
a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se
postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo”. El
señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad.
»Al salir, aquel siervo se encontró con uno de
sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el
cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su
compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo
pagaré”. Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta
que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se
entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces
el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné
toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte
compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y, enojado,
su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara
todo lo que debía.
»Así también mi Padre celestial los tratará a
ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano».
En este sentido, el
cristiano debe considerar que desde el momento que recibe el perdón de
Jesucristo debe caminar sobre este fundamento el resto de su vida. Ahora es
claro que estas demandas del Evangelio presuponen un desarrollo de estas
virtudes en relación intrínseca con la asistencia espiritual de Dios, hay una acción
sobrenatural sobre la vida de la persona que la acompañara en su proceso de sanación
personal y la búsqueda del perdón en términos puramente cristianos.
Pero por eso mi aclaración sobre
que humanamente el hombre no puede pensar el perdón siguiendo este sentido
espiritual y religioso, el perdón al que el hombre puede acceder es aquel que
nace de la necesidad de dejar atrás el dolor para proseguir con la vida. No es
un perdón que esté basado en el principio de correlatividad que entiendo que
tengo de mi naturaleza caída ni de la doctrina cristiana del pecado, donde todo
hombre y toda mujer es reo de sus pasiones y malos deseos. No, humanamente no
puedo desembarazarme de mi propia experiencia con el mal que me han causado y
explicarlo desde una perspectiva cristiana como si este fuera el remedio para
mi dolor. Lo mejor que podré hacer es tomar
la decisión de dejar atrás ese evento desgraciado para que no me condicione más
ni configure mi realidad a modo de no permitirme ser quien verdaderamente soy y
no en condición de lo que quisieron lograr que fuera. ¡Soy imagen de Dios! Soy
libre para determinar el camino que deseo para mi vida, por eso soy libre para
desterrar de mí el angustiante sufrimiento que me causaron.
Pero repito, esta determinación
valerosa y necesaria no significa que pueda perdonar como Dios perdona. Este perdón
es un convenio entre mi yo-presente y el yo-que-quiero-ser-. Prescindo de mi
victimario no en pos de olvidar lo que me hizo y dejarlo libre de culpa, sino
en pos de sanarme y seguir adelante. Este perdón mira para adentro, busca
liberarse así mismo de su propia prisión, no proviene de una experiencia
sobrenatural con un Dios perdonador que quita mi culpa y ahora me demanda que
tenga la misma disposición con el otro.
En torno al perdón entonces,
puedo identificar que tiene que significar al menos dos cosas distintas pero no
excluyentes. En caso del perdón cristiano también hay un proceso de sanación emocional,
psicológica y espiritual, pero no se da en el orden del perdón como una decisión
propia para seguir el curso de mi vida, sino que es una gracia que Dios da para
que los creyentes puedan ser aliviados del dolor y alcanzar la bienaventuranza
prometida por el Evangelio. En el
segundo caso, el del perdón como una decisión propia en torno a la liberación de
todo lo que oprime mi propio ser y me retiene para alcanzar la felicidad en el
mayor grado que sea posible, la demanda de justicia por el mal que me causaron
queda inconclusa. Perdono prescindiendo de la justicia, por eso perdono porque
yo me quiero liberar, pero el victimario sigue siendo culpable y merecedor del
juicio correspondiente. No lo libero, puesto que el derecho moral natural
demanda justicia, y eso nadie lo puede negar.
Quiero aclarar que no es un
juicio de valores. Que una persona que ha sido víctima de cualquier situación como
la que abordamos a modo de ejemplo o de cualquier otra y que haya sido lo
suficientemente dolorosa para marcar nuestras vidas, llevarnos a un lugar de
oscuridad y tristeza; y haya podido perdonar en los términos que hemos tratado
de analizar es para mí una persona admirable.
En síntesis, creo que el
tema del perdón es tan complejo que me siento ahora mismo insignificante
tratando de esbozar una líneas de pensamiento que nos acerquen a entender y
relacionarnos con esta virtud que haya su máxima expresión en Dios mismo. Seguiré
abordando este tema en otras entradas.
Reverendo Gabriel Eduardo
Burgueño.
(Pastor protestante de la Misión Cristiana Esmirna. Estudiante universitario de Teología)
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