Sentirse como tierra seca. Comentario existencial de Salmo 143:6d

 




Sentirse como tierra seca. Comentario existencial de Salmo 143:6d


¡Soy como tierra seca! exclamaba el Rey David. Y cuánta razón tenía, él entendía muy bien las relaciones entre su actualidad y el deseo de retorno al Origen. Por eso quisiera examinar un poco la narrativa bíblica que da origen a la tragedia humana y nos marca una condición interior como la que experimenta el autor de esta frase del Salmo 143.

 

La dramática historia que se nos narra en los primeros capítulos del libro de Génesis, sobre Adán y Eva tentados por una serpiente, y su póstuma pérdida de una gloria aparentemente ideal; la cual todos los hombres deseamos silenciosamente y por ello sufrimos una angustia desesperante que nos recorre por dentro hasta el último suspiro; es al final de toda especulación, una imagen que nos explica de un modo muy artístico, el origen de los males que experimentamos a diario.

Esta imagen no busca satisfacer el hambre humana de responder a todos los detalles de nuestras interrogantes espontáneas, ni tampoco saciar la sed que nos debilita cuando no podemos resolver la ecuación que formula cómo es posible que Dios, siendo un ser puro y santo, justo y amoroso, permita el mal y culpe al hombre por ello. No. No hay en el relato del Génesis una respuesta satisfactoria para esta elocuente pregunta y esto porque su autor no estaba realmente preocupado por argumentar analíticamente una cuestión que es necesario que estuviera abierta hasta la manifestación visible y material del Ser que le da ser a todo.

Ese hambre del hombre moderno de tener todo encuadernado y catalogado enciclopedicamente para no sufrir nunca más la angustia de no tener los resultados precisos, ni el diagnóstico incuestionable de su enfermedad, pertenece a un espíritu ajeno al contexto literario, social y cultural de la biblia en general. ¡No busques saciar tu espíritu moderno en las Sagradas Escrituras!

Entonces Dios con fines muy pedagógicos acepta la mano del hombre para plasmar, según las costumbres y normas del hombre en su marco histórico, una narración que traería aún más dudas que certezas. Y esto tiene mucho sentido, porque la duda es condición permanente del hombre “caído”. Arrastra la duda como Sísifo la roca, quien según Camus representa el absurdo de la vida.

 

La tragedia de nuestros padres se repite en un <<eterno retorno>> en el Hombre (Universal), quien vuelve a nacer constantemente de Eva (las simientes), y que intenta una y otra vez reparar el daño causado por una transgresión. Si, una. Aquí entra en juego la paradoja que Bonhoeffer nos retrata en su ética con minúscula: el pudor y la conciencia.

Muchos pensaran que la conciencia es primera que el pudor, pero no. Para Bonhoeffer el pudor vive para recordar al hombre de su separación de Dios y de los hombres (todos los hombres, los actuales, los del pasado y del futuro); mientras que la consciencia es un signo que ya asume su condición de separado de Dios y acepta lo decadente de la vida. Esta conciencia se manifiesta con la voz negativa de la prohibición: “No debes. No tendrías que.”

El pudor entonces se deja entrever en la vergüenza que Adán y Eva sintieron al verse desnudos. Ahora esa vergüenza se perpetúa en potencia en cada individuo de la especie humana, y en acto se realiza cuando captamos los primeros sabores de existencia en nuestra niñez. El pudor se actualiza cuando el hombre se vuelve creativo, argumenta Bonhoeffer, puesto que “se trata del recuerdo de la separación respecto del Creador, del robo al Creador, que se manifiesta en ella (la creatividad/creación humana)”[1]

Este pudor es la viva prueba de ese “ocultamiento y descubrimiento[2] del hombre ante Dios y ante los hombres. Es en términos aún más abstractos la relación entre soledad y comunidad. Pero a pesar de ello, el hombre intenta superar este pudor cuando comienza a despertar en su conciencia y se le revela la posibilidad de una religación con la divinidad. El hombre y su deseo del origen despierta esta conciencia, que comienza por el del no debo hacer esto o aquello, en esa negación despierta al si debo. Pero este deber no es una forma o la forma vencer el pudor y comenzar un camino de unión con Dios, sino el intento del espíritu humano de reparar lo que rompió, mostrando-se que no se rinde ante la imposibilidad de recuperar el origen.

 

Dios cubriendo el pudor y plantando la semilla de la esperanza que une nuevamente al hombre con el origen.

 

Así como Eva y Adán se descubrieron desnudos y se ocultaron, ahora hay una nueva condición original no menor que la primera. La vergüenza no será perpetua, ni el pudor condición angustiante para los hombres, sino que el Padre cubrirá nuestras carnes desnudas con la piel de uno con nuestra imagen. Esa piel que nos cubrirá no es un vestido prestado, sino que nos pertenecerá, será nuestro por completo y por siempre. Este vestido cubre nuestra vergüenza que se apropió de nuestra dignidad y nos condiciono a vivir en una sequía existencial que atormenta más que aquel infierno al que fue expuesto el rico que no hizo caridad con Lázaro.

 

[Oh, sequía de las sequías, que morabas en el alma del Rey David, quien exclamaba: “Soy como tierra seca”; no por mucho tiempo más reinarás sobre nosotros. No podrás apoderarte de nuestra esperanza ni hacernos sucumbir ante la tentación de conformarnos con cualquier bebida aparentemente saludable. San Pedro nos abrió los ojos cuando a los pies del Salvador dijo: Señor, solo tú tienes palabras de vida eterna. Ahí se reveló la fuente de la cual será regada toda la tierra de los vivientes, así como los canales de Egipto, seremos bendecidos por el agua que sacia hasta al más impío de los impíos.] (Oración a la angustia).

 

En ese símbolo que se representa en la figura de Dios cubriendo el pudor de los padres de la humanidad, se puede ver un anuncio escatológico impresionante. Porque el discurso escrito hasta ahora representa tan solo la tensión que se produce desde el momento de la transgresión hasta el momento de ser cubiertos por Dios. En es efímero instante se encuentra todo nuestro peregrinar en la angustiosa batalla que se nos presenta cada día. Pero en el momento que Dios decide no desentenderse de aquella tragedia y acercar a ellos  su propia piel para cubrirlos, se manifiesta entonces el desenlace de toda la historia, Dios redime al hombre y lo devuelve a su origen.

Allí en el capítulo tres del Génesis se resuelve definitivamente todo el dilema humano. Aunque su estilo artístico literario no sea tan claro para nosotros, a la luz del nuevo testamento podemos comprenderlo con mayor claridad.

La piel que cubre nuestra vergüenza es Jesucristo, quien nos reviste de sí mismo, Dios mismo es la victima que propicia nuestras pieles redentoras. Esto es sumamente liberador. Porque nos libra de seguir en esa constante de vivir entre el pudor y la conciencia del no debo, para abrirnos paso a la dimensión de la realidad de origen que experimentamos ahora en parte, participando de la comunidad de Dios y de los hombres, quienes esperan con definitiva certeza que su restitución al Origen es tan cercana como ese efímero momento entre la caída y la redención.

Por eso repito:

[Oh, sequía de las sequías, que morabas en el alma del Rey David, quien exclamaba: “Soy como tierra seca”; no por mucho tiempo más reinarás sobre nosotros. No podrás apoderarte de nuestra esperanza ni hacernos sucumbir ante la tentación de conformarnos con cualquier bebida aparentemente saludable. San Pedro nos abrió los ojos cuando a los pies del Salvador dijo: Señor, solo tú tienes palabras de vida eterna. Ahí se reveló la fuente de la cual será regada toda la tierra de los vivientes, así como los canales de Egipto, seremos bendecidos por el agua que sacia hasta al más impío de los impíos.] (Oración a la angustia)



[1] D. Bonhoeffer, ética, pag. 13.

[2] Ibid., 12.


Rev. Gabriel Burgueño.

Comentarios

Entradas populares