Dios y el encuentro.


En la actualidad pareciera que encontrarse es una contingencia, por lo menos en un mundo en el que el hombre prefiere no encontrarse. No encontrarse con el otro ni consigo mismo. Hay múltiples placebos sociales que le permiten al ser humano distraerse de ese compromiso que es encontrarse.

Hay encuentros que son voluntarios, nuestro ser se dispone ha revelarse y vincularse con un -otro- que debe estar dispuesto a lo mismo, aun cuando los encuentros son casuales. No todos los encuentros son iguales, pero generalmente estos mínimos factores están implicados. Ahora, el encuentro es un paradigma de las sociedades, es un permiso del hombre con el hombre y del hombre con Dios, permiso dado, comunicado por un Dios que se complace en el encuentro.
De hecho, el se revela en los encuentros. Dios es especialista en encontrar, tenemos muchos ejemplos de eso en las Sagradas Escrituras y miles de ejemplos en los testimonios de la enorme multitud de cristianos a lo largo de la historia. Cada cristiano es un relato de encuentro con Dios pero también consigo mismo, mientras mas se revela Dios a nosotros, mas nos conocemos y experimentamos un acercamiento real y profundo al interior del "Ser humano".

Pero en esta entrada no voy a reflexionar en el encuentro de Dios con el hombre, sino en el encuentro del hombre con el hombre. Específicamente de un encuentro en particular, el encuentro de un joven pastor luterano y un filosofo católico. Esto, relatado en el siglo XVI o XVII seria una historia de férreo debate con todos los condimentos pintorescos que nos daría esa escena, pero estamos en pleno siglo XXI, las diferencias no se han ido, pero se ha acortado la brecha que nos distanciaba.

Como bien mencione mas arriba, los encuentros contingentes o casuales son los que, cuando son bienaventurados, nos bendicen mas. Con este filosofo la cosa es bastante casual, osea el encuentro es casual, y sin pensarlo demasiado diría que la mano divina cruzo los caminos, opuestos ellos, para darnos a conocer una rica gracia a la que comúnmente estamos cerrados.

El conocer, por mi parte y el enseñar por la suya ha sido el -móvil- que seguramente el Señor utilizo para este encuentro. Tambien a  un santo que vivió hace varios siglos, el punto donde los caminos se cruzan.
Así que esta historia sobre encontrase cierra varios vínculos, el de dos hombres con distintas tradiciones cristianas en torno a un tema especifico, el de estos dos hombres con un personaje como eje del encuentro y el de dos hombres con su Dios, el mismo Dios.

No busco hacer una teología del encuentro, pero si reflexionar en mi experiencia con ellos. Y he aquí que el filosofo católico ha propiciado estas ganas de escribir sobre -encontrarse-. Y esta palabra es clave porque, sin saberlo nos habíamos perdido, en algún momento del devenir de la historia nos perdimos y no hemos hecho mucho por hallarnos. Por eso los pensamientos de Dios son mas altos que los nuestros y El lleva a cabo sus planes independientemente de lo que el hombre disponga, esto es tan cierto por que no solo lo revelan las Sagradas Escrituras, sino también mucho mas claro para nosotros, la experiencia.

Así que ahí estábamos los dos, rodeados de un paisaje de colores apagados y la luz justa para aquellos que se retrotraen a lo mas profundo de las palabras impresas en las hojas desgastadas de un libro, donde alimentan su espíritu, enriquecen su mente y experimentan una rara sensación de satisfacción, que para la gran mayoría es inexplicable. 
Pero el hábitat de un filosofo católico dista mucho de lo que uno imagina, en esa habitación de la soledad y el silencio habitan también las pequeñas "obras de arte" de una hija alegre y tierna, y el toque claro de una esposa, que permite al filosofo recordar que tiene un bien mayor que todo su saber y sus libros, esto es la familia.

Es en ese lugar, donde el trabajo se pone de manifiesto, donde el filosofo quiere conversar, enseñar y darse a conocer; a mi y a los que quieran hacerlo. Y pienso ¿Por qué llevarme a su lugar santo? ¿Por qué darme a conocer su corazón en imágenes y retratos si las palabras bastaban? indudablemente, porque es cristiano.
Jesús llevo a dos desconocidos el primer día de conocerlos a su casa, estos eran Juan y Andrés. Un cristiano verdadero, un hombre con corazón convertido ha de mostrar estas señales, estos destellos de gracia que los distinguen del resto, que lo hacen inmediatamente a uno recordar los ejemplos de nuestro Señor.

Las palabras no son importantes en esta historia de encuentro, porque se olvidan, se pierde precisión de ellas y a medida que uno mas las piensa para recordar mas se distorsionan, por eso es que he aprendido a observar tanto como oigo, porque es ahí donde mas aprendo del otro. Y debo decir que de este filosofo católico he aprendido mas que la historia de un doctor de la iglesia o de algunas cuestiones respecto a su obra magna, sino que he aprendido a apreciar la espiritualidad y la piedad de otros cristianos que no pertenecen a mi tradición.

Es cierto que yo estoy dispuesto a conocer, aprender y encontrarme; es parte de mi filosofía en mi peregrinar, pero también es cierto que cada vez es mas difícil reunir hombres que, a parte de tener algo para decir, tengan algo para mostrar. Decir y mostrar, enseñar y demostrar estos son los grandes principios de todo maestro cristiano. Es por eso que he decido escribir acerca de este encuentro. Este es el preámbulo de todo lo que tengo para decir, en la próxima entrada ahondare en mas detalle acerca de lo que he aprendido, de parte de Dios y de parte del filosofo. Pero por ahora esta bien, en el próximo encuentro tendré mas para relatar y reflexionar.

Pero como reflexión final te dejo esto: Procura encontrarte con quien te acerque mas a Dios.

Dedicado al filosofo católico, Maximilino Loria.




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