Homilia: Los regalos de Dios en el tiempo pascual.

 





Los regalos de Dios en el tiempo pascual.

 

 

Lectura recomendada: Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9

 

Introducción:

La clave del tiempo pascual es ver toda la acción de Dios como un regalo para nosotros. Desde la encarnación del Hijo de Dios hasta su muerte y resurrección son dádiva de Dios para los hombres.

¿Cuál sería el sentido que el Hijo de Dios se hiciera hombre y pasara por todas las cosas que pasa un ser humano, si el objeto de esa encarnación no fuera otro que el beneficio de su creación?

En este sentido, el Hijo de Dios al encarnarse se sujetó inevitablemente a los problemas de los hombres. Él tuvo frío y calor, estuvo triste y angustiado, pasó hambre y sed, perdió amigos y familia, tuvo sueño y se fatigo. ¡Si, Jesucristo vivió todas estas cosas con la única razón de salvarnos de nuestros pecados!

Por eso se dice que toda la acción de Dios en Cristo Jesús es un gran regalo para los hombres. Es que la historia de la redención se trata de eso, se trata de la reparación del daño que el mismo hombre provoco por su desobediencia, y que por la misericordia y compasión divina es reparado para el beneficio de todos aquellos que creen en Cristo Jesús como el salvador universal que quita el pecado del mundo.

Lo difícil para el cristiano es asimilar esta cuestión del sufrimiento del Señor. Puesto que para nuestra salud Jesucristo debió sacrificarse. No sabemos si alegrarnos o entristecernos, si celebrar o llorar por el dolor de nuestro amigo. No es fácil leer en los evangelios que Jesús es traicionado por un hombre de su confianza y abandonado por aquellos que le prometieron lealtad. Tampoco es muy digerible saber que tuvo acusaciones falsas, recibió un juicio injusto y lo torturaron cruelmente, y esto no es digerible puesto que su bondad, inocencia y compasión por los hombres es manifiesta de sobremanera en los cuatro evangelios. Y más desesperante es ver cómo termina su vida, colgado de un madero como un criminal, ante la burla y el escarnio de todos; y observado por su tierna madre, María la bienaventurada virgen. ¡Que terrible tragedia! ¡Que miserable vida! ¡No puedo sentir otra cosa que no sea rabia ante este crimen del Hijo de Dios!

Y ahora se plantea este interrogante que desvela: ¿Cómo contentarme con alegría perpetua si mi salud tuvo un precio tan grande? ¿Cómo es posible que haya un Dios que ame de tal manera a su creación que de lo más preciado a cambio de un puñado de criaturas enfermas de poder, injusticia y miseria humana?

He aquí la mala noticia: ¡No hay forma de comprenderlo! La única forma de acercarse a una respuesta es aceptando este regalo por la fe. Es reconociendo que soy indigno de tanto amor y de esa sangre que purifica de todo pecado, pero que está ahí, que es un regalo inmerecido y qué no aprovecharlo sería el acto de estupidez más grande de la historia.

Así que querido cristiano no puedes no alegrarte por este amor de Dios expresado en la obra redentora de Jesús, y si quieres angustiarte por el precio que tuvo que pagar, no temas hacerlo; puesto que la fe vive en esa dicotomía interior de gozarse en la salvación sin dejar de mirar los sufrimientos de Jesucristo y afligirse por ese dolor.

 

Los regalos de Dios en el triduo pascual.

1.     1. La sagrada Eucaristía:

Cuando hablamos de triduo pascual nos referimos a los últimos tres días que componen la semana santa cristiana. En estos últimos tres días se intensifica la actividad redentora de Jesucristo, dando una serie de hechos que configuran la fe cristiana para siempre. Podemos decir que son fundamento del cristianismo en todo su sentido. Por lo tanto hablaremos de tres aspectos importantes que Jesucristo nos deja en estos últimos tres días.

El primero es la institución de la sagrada eucaristía. San Pablo nos relata en la epístola a los Corintios que: “el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; este es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.  Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.  Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.”

Aquí tenemos el primer aspecto del regalo pascual del Señor, la institución de un sagrado misterio por el cual los creyentes son unidos a él y reciben todos los beneficios de la obra redentora. En este sacramento Jesús nos deja un legado que va más allá del simple ritual, aquí nos deja un sacramento que nos congrega en unidad espiritual con nuestros hermanos en la fe, unidos inseparablemente bajo la cabeza que es Jesucristo.

Pero no solos nos une y convoca en  unidad formidable con la iglesia universal, sino que también nos comunica todos aquellos beneficios de la obra de la Cruz. La participación del creyente en esta cena es el motor que lo mantiene con esperanza de la redención final prometida a través de la resurrección. ¡Que profunda es la Santa Cena! Esta íntimamente relacionada de principio a fin con cada elemento de la pasión del Señor.

Que gran pedagogo es nuestro amoroso Jesús que instituyo un sacramento al fin de comunicarnos su gracia por medio de elementos cotidianos y nobles; y esto en la mutua participación con mis hermanos, quienes ahora son mi familia celestial y con los cuales ya puedo experimentar un poquito de esa gloria del Reino de Dios.

Por esto me pregunto: ¿Cómo vivir ahora lejos de la comunidad a la que fue entregado este misterio? ¿Cómo rehusarse a participar junto con la familia de Dios del alimento divino, esto es, del cuerpo y de la sangre del Señor? Este regalo es vital hasta que el Señor venga, por eso San Basilio el Grande decía:

"Es por cierto bueno y provechoso recibir la Eucaristía cada día y participar así del Cuerpo y Sangre de Cristo, porque Él dice con toda claridad: el que Come Mi Carne y Bebe Mi Sangre tiene vida eterna. ¿Y quién puede dudar que participar frecuentemente de la vida es lo mismo que tener vida en abundancia?"

Si quieres tener vida en abundancia, entonces celebra con tus hermanos cuantas veces puedas la Santa Cena de nuestro Señor, allí recibirás todas las gracias que tu alma necesita.



2.     2.  El abandono y la consumación:

 

Esta es quizás la parte de la homilía más difícil de escribir, porque nos vamos directamente a la Cruz del Calvario.

Pero yo me voy a detener en dos momentos diferentes pero que según la reconstrucción de los hechos en los evangelios fueron consecutivos.

 

En medio del sufrimiento profundo de nuestro Señor, ante la vista de amigos y enemigos, las tinieblas gobernaban los cielos. El luto de la creación se hacía manifiesto ante aquellos que tenían la misión de sojuzgarla, irónicamente no eran los hombres los que lloraban la muerte del Hijo de Dios sino la misma naturaleza, que al ver a su magnánimo creador convertido en víctima, destrozado y humillado; pinta el ambiente de oscuridad.

 

Es en esa oscuridad, que duro al menos tres horas, donde nuestro Señor Jesucristo dirá las palabras más duras de todas las escrituras: “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? Que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Mr. 15:34

 

Sobre esta frase se ha escrito mucho y hecho mucha teología, sin embargo a veces suelo pensar que todas pasan por alto algo muy importante, y esto es la experiencia interior de Jesús ante su propia muerte. Hay quienes se niegan a afirmar que Jesús realmente pensó que Dios lo había abandonado, que esta frase responde a la recitación, según la costumbre judía, del primer versículo del salmo para traer a la mente de quienes estaban presentes esa porción de las escrituras; en este caso con el fin de demostrarles que esa profecía se estaba cumpliendo delante de ellos.

 

Otros dirán que Jesús siente en ese instante el silencio de Dios, como una indiferencia a consecuencia de que se había convertido en la victima que cargaba en su cuerpo los pecados de su pueblo, por lo tanto el Padre ha corrido su mirada temporalmente de su Hijo. En este grito de angustia, Jesús expresa su dolor por aquella separación temporal a causa de esto mismo. Teniendo en cuenta que el Padre y el Hijo son coexistentes eternamente, este momento se presenta como un sufrimiento más en la misión del Mesías prometido, quien siendo Dios y hombre, debe pasar por esta dura prueba final, esto es, estar separado por causa de nuestra inmundicia de su Padre.

Estas dos respuestas a la frase de Jesús hacen justicia al contexto y a la teología bíblica, pero pecan de inocencia al no tener en cuenta que quizás Jesús realmente experimento un sentimiento profundo de abandono y que en realidad, ese desamparo es una acción sustitutiva por parte del Señor.

 

Sabemos que Cristo tomo nuestro lugar en la Cruz y que el recibió el castigo que merecíamos los pecadores, en este sentido hay una sustitución penal. Nosotros recibimos por la fe la declaración por parte de Dios de justos puesto que el Señor Jesucristo fue justicia por nosotros. El tomo nuestro lugar y nos brindó el suyo, el de justos ante la ley de Dios. Su justicia es nuestra por la fe en él.

Pero por otro lado suelo pensar que el Señor cargo con una parte del castigo que pasamos por alto a menudo, y esto es aquel vacío existencial que los hombres sufrimos en relación de la agónica realidad de nuestra miserable y  efímera vida;  y la sed de trascendencia que brota de nuestro espíritu.

 

¿No es acaso bíblico el hecho de que los hombres hemos perdido la filiación con Dios luego del pecado? ¿No es igualmente cierto que la soledad del pecador reclame desde muy adentro la reconciliación con aquel que se separó de nosotros como amigo y Padre; y que aun sopesar de nuestra rebeldía el estado de angustia es perpetuo?

 

Suelo pensar que la pregunta de Jesús es completamente honesta, y que esto lo hace más humano de lo que el idealismo cristiano permite en cuanto a la figura de Jesús. Muchos tiemblan al pensar en la debilidad del Señor, puesto que enfatizan tanto su divinidad que apenas hay lugar para la humanidad del Señor. No soportan pensar que realmente sintió que el Padre no estaba en aquel lugar, y de esa manera Jesús estaba sufriendo el abandono que padecemos los hombres caídos. Pero en ese abandono, en esa sustitución por parte de Jesús yo hallo ahora mi encuentro con el Padre.

 

Si el realmente vino a reconciliarnos con Dios, entonces esto significa que hay un reencuentro con el Padre. Yo antes no podía verlo ni encontrarlo hasta que me topo con el crucificado, hasta que me topo con el cordero que sufre mi castigo y me abre la puerta que da a la casa del Padre; y allí lo veo, mi soledad se va. Mi agonía palpitante se desvanece al mirar al crucificado, lo veo sufriendo mi desamparo sin merecerlo,  pero invitándome a volver al Padre quien me espera con los brazos abiertos.

Esta frase aunque muchas veces nos duele leerla, y nos es difícil de interpretar, comunica un momento dentro de toda la pasión en el que podemos sentirnos identificados, y en el cual ahora hayamos consuelo de saber que el sufrió por nosotros esa separación espiritual con el Padre, un instante tan profundo e inescrutable, pero con tal magnitud que brinda la posibilidad de rencuentro entre el hombre y Dios.

 

Las palabras finales antes de entregar su espíritu son tremendamente simbólicas también.

Cuando Jesús dice: “Consumado es”. En sencillas palabras nos comunica que su obra había llegado a su conclusión. Si bien la resurrección es parte fundamental de la obra salvífica como veremos más adelante, el camino transitado por Jesús para nuestra redención había llegado a su fin. Él había cumplido a la perfección la obra que el Padre le había encomendado, cumplió perfectamente la ley y llevo nuestro castigo en su cuerpo. Se convirtió en la victima perfecta del holocausto expiatorio, y en la cruz fue nuestro sustituto recibiendo aquel castigo que nos correspondía por impíos.

 

¡El precio fue pagado! ¡Somos redimidos de nuestra esclavitud al pecado! ¡Somos libres de nuestra condenación! Ahora la justicia del Hijo de Dios es nuestra por la fe, nuestra condena la llevo el en su cuerpo. Bendito es por siempre nuestro Señor Jesucristo.

 

Como comentario final de estas palabras debo decir que esto nos garantiza algo muy importante y es que la obra de la salvación es completamente una obra de Dios; nosotros somos solo quienes se benefician de ella por la fe. Y si el Dios hecho hombre dijo que la obra redentora estaba consumada, esto significa que no hay nada que podamos hacer o agregarle por medio de nuestras obras, sino todo lo contrario, no debemos hacer nada más que recibir con alegría y felicidad el mensaje del Evangelio que nos anuncian a Jesucristo reconciliando al mundo por medio de Él.

 

3.     3.  La resurrección:

 

Llegamos al último día del triduo pascual. El día en que el Señor resucitó y sus amigos encontraron la tumba vacía.

 

¿Qué nos significa y comunica la resurrección de Cristo a los creyentes?

Voy a exponer dos beneficios de la resurrección del Señor:

 

a)      La resurrección de Cristo Jesús demuestra que Él venció la muerte.

 

El apóstol San Pablo nos dice en su epístola a los romanos: “Porque la paga del pecado es la muerte, más la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” Ro. 6:23

La muerte es el enemigo de la humanidad y el castigo justo por los pecados de cada uno de nosotros 

 

En este sentido la muerte no solo es la tragedia más grande que el hombre experimenta, sino que desde el punto de vista teológico es la vergüenza más grande también.

Vergüenza en el sentido de que su espíritu no está preparado para este evento y es como si reclamase una restauración de una condición que nosotros desconocemos, pero ese hambre de inmortalidad que hay en el hombre podría verse como una prueba de que en algún momento hemos podido disfrutar de un estado de no-muerte.

 

 

A todos nos desvela saber que moriremos. Pero la resurrección de Cristo nos da una nueva esperanza de saber que aun a pesar de que voy a experimentar la muerte esta será solo un paso hacia la eternidad en el Reino de Dios. La muerte como consecuencia física permanece aún para los redimidos, con la diferencia que se nos promete que nuestro cuerpo no estará por siempre en el sepulcro, sino que en el día que el Señor venga a buscar a su iglesia y a juzgar a los vivos y muertos, los justos recibiremos nuestros cuerpos glorificados. El hombre alcanzara el estado perfecto de gloria para siempre y nadie podrá arrebatarle jamás esta vida.

 

 

b)      La resurrección de Cristo Jesús significa que Dios derramará el Espíritu Santo en los creyentes.

 

“Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen”  Hechos 2:33.

 

Jesús había prometido que cuando él se fuera nos enviaría al Espíritu Santo, quien sería nuestro consolador, pero también quien guiaría a la iglesia hasta que el Señor venga.

 

Es por la acción del Espíritu Santo que la iglesia se ha expandido a lo largo del mundo, ha sobrevivido a la persecución y hoy sigue de pie proclamando el Evangelio.  Pero en esta promesa el elemento particular es que el Espíritu Santo mora en cada creyente y actúa en nosotros para nuestra preservación en la fe, fortaleciéndonos y guiándonos por medio de las Sagradas Escrituras hasta que el Señor venga.

 

La promesa del Señor se cumplió en pentecostés y cada verdadero creyente recibe al Espíritu de Dios como las “arras de la herencia” que ya poseemos y que experimentaremos en plenitud en el Reino de Dios. El Espíritu Santo es nuestro garante, es quien aún gime y clama por nosotros en los momentos en que no tenemos la fuerza o la inteligencia para decir algo a Dios. Es nuestro compañero y fiel amigo, el que nos trae convicción de pecado cuando andamos desviados de sus caminos.

 

¡Bendito Espíritu Santo! ¡Compañero de todas nuestras batallas! ¡Gracias te damos por tu dirección y fortaleza en este desierto hacia la tierra prometida!

 

Conclusión:

 

El tiempo del triduo pascual es tan rico en doctrina y teología que quienes lean estas líneas sentir sabor a poco. Pero es imposible tratar minuciosamente aquí todas las bendiciones que emanan de estos tres días pascuales.

 

Por lo pronto nos contentaremos con estos tres regalos que configuran y fundamentan nuestra fe católica, esto es, La santa Eucaristía, el desamparo y consumación; y la resurrección de Cristo Jesús.

 

Ellos tres son una sola cosa, que se representa en tres momentos diferentes pero que se necesitan así mismos, como nosotros necesitamos participar de ellos.

Queridos hermanos, que esta pascua podamos repensar nuestra fe y poner nuestra mirada en lo fundamental y vital de ella. Participemos con la alegría debida de una pascua perpetua.

 

 

 

 

Rev. Gabriel Burgueño (Estudiante de Licenciatura en teología en la Universidad del Obispado en Mar del Plata)

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